El general Sun Tzu –cuenta la tradición– condensó el aprendizaje de su vasta experiencia militar en el texto que con múltiples variaciones nos llega como El arte de la guerra. De veras un récord en ese requisito para los grandes libros de “no perder actualidad”: más de dos mil quinientos años. Contribuyó, de paso, a la unificación de dos imperios: China y Japón. No en vano fue un padre jesuita, Jean Joseph-Marie Amiot, el que en 1772 publicó aquella primera traducción al francés que arraigó en Europa esta obra impregnada de sabiduría taoísta. Un recetario de estrategias para prevalecer en cualquier confrontación. Inteligencia y conocimiento son imprescindibles para perpetrar todo engaño: en el campo de batalla, sobre el adversario, y en las ficciones, sobre el lector. El arte de la guerra permite entender también los componentes de una ficción.