“Caminando o sentado, enganchado casi siempre al anzuelo de lo que provoca la digresión, fui tirando de las cerezas de mi biblioteca ambulante, porque uno es, en buena medida, la memoria de lo que ha leído. Por eso me identifiqué tanto con Italo Calvino cuando leí en su Ermitaño en París que esta es “una ciudad para la madurez […], una gigantesca obra de consulta, una ciudad que se consulta como una enciclopedia; se abre una página y te da toda una serie de informaciones de una riqueza como ninguna otra ciudad”. Con esa convicción en la cabeza andante los libros, recientes o añosos, iban saliendo a mi encuentro, convocados por detalles urbanos, frases, gestos, rostros, por todo aquello que, en el consciente y en el inconsciente de un letraherido, consigue acomodarle y arroparle de nuevo entre las páginas de un libro. Al paseante de París se le ocurrió, mientras escuchaba las piedras de sus calles y monumentos, mientras observaba caras de hoy y de ayer, parado ante rincones evocadores, hacer un pequeño inventario de algunos libros leídos y meditados. Quizá, sencillamente, porque en ese instante de aquel 23 de abril cayó en la cuenta de que en España se estaba conmemorando el Día del Libro”.
Antonio Álvarez de la Rosa