Este poemario versa sobre una gran avería que provoca que todo funcione en nuestra cabeza, y en la de los demás, de una forma extraña, a veces rematadamente mal. En esa gran avería el autor introduce la herramienta de la palabra, no para tratar de arreglarla, tarea imposible y que no desea de ningún modo, pero sí para intentar desentrañarla, aprehenderla y servirse de ella para sus fines. Somos padres e hijos a la vez, víctimas y verdugos, una dicotomía rara, por no decir estúpida e innecesaria. Esa es la avería.
Y aquí viene lo mejor: es en medio de esa contradicción cuando intentamos resplandecer al dar todo nuestro amor y, si por casualidad es posible, cuando somos amados; ése es el fulgor que surte de la fricción de un mecanismo averiado por la saña inherente al ejercicio del mal; de esas centellas, chispas y destellos se nutren las palabras del poeta.
Y de eso, más o menos, trata este libro.