“Un viaje puede cambiar el sentir del viajero, pensó Yayó, y con ese afán, incierto al principio, comenzó su andadura con Reiji, un profesor japonés afincado en Sevilla durante largos años que quiso volver a su país por tierra, por mar y por aire.” La convivencia entre personas durante una experiencia en grupo como la planteada en «De Sevilla a Tokio» no suele ser sencilla y puede pasar factura a más de un individuo. Sin embargo, a la larga, siempre suman los planeamientos diversos, las desavenencias incluidas, las diferentes opiniones sobre los paisajes, las personas y las cosas, ya sean nimias o importantes. Sin olvidar a todos los compañeros y allegados que compartieron parte del camino aquí relatado, el autor se centra en la dependencia y reciprocidad entre los dos personajes que comenzaron juntos el viaje y juntos lo terminaron: Nagakawa Reiji, japonés de Yonago (Tottori) y Salvador Peña Neva, español de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Desde que se conocieron a principios de los 70 congeniaron enseguida y se dio en ellos un buen sentir sin amarras y con naturalidad, lo que no suele darse muchas veces entre un maestro y un discípulo, libres en sus planteamientos y juntos por decisión propia. Sin subestimar la cantidad de amigos y discípulos del Sr. Nagakawa y sus diversos contactos e intercambios literarios y políticos, al autor le cupo la suerte de indagar en algunos entresijos culturales que él atesoraba trayéndolos al conocimiento general con el único ánimo de aportar sobre un jalón importante de su trayectoria vital, de la que sintió nada más y nada menos que una amistad sincera. Un primer borrador de «De Sevilla a Tokio» se lo leyó en su casa de Triana y le alabó el recuerdo que le trajeron cosas a las que no había prestado mucha atención en su momento, aunque bien lo hizo en otras. Lógico, fueron dos miradas desde distintos puntos de vista. Ahora serán sus amigos, conocidos y algunos lectores que nunca supieron de él, quienes pueden acercarse a ciertos rasgos de su personalidad, a los que asintió en acuerdo. “En el relato me prometí huir de la caricatura, la exageración y la mentira; ahora bien, haberme centrado en anécdotas imposibles de sustraer pudo deberse a un deseo pictórico allí donde no pude utilizar material para dibujar…”