«Cuando Zaratustra hubo dicho estas palabras contempló de nuevo el pueblo y calló: “Ahí están”, dijo a su corazón, “y se ríen: no me entienden, no soy yo la boca para estos oídos. ¿Habrá que romperles antes los oídos, para que aprendan a oír con los ojos? ¿Habrá que atronar igual que timbales y que predicadores de penitencia? ¿O acaso creen tan sólo al que balbucea? Tienen algo de lo que están orgullosos. ¿Cómo llaman a eso que los llena de orgullo? Cultural lo llaman, es lo que los distingue de los cabreros. Por esto no les gusta oír, referida a ellos, la palabra desprecio. Voy a hablar, pues, a su orgullo. Voy a hablarles de lo más despreciable: el último hombre”. Y Zaratustra habló así al pueblo: “Es tiempo de que el hombre fije su propia meta. Es tiempo de que el hombre plante la semilla de su más alta esperanza”».