Me atrevo a bosquejar a la poeta que se perfila en Cimarrona, el libro de Lillian Guerra. Se trata de una cubana insatisfecha por la imposibilidad de alcanzar un amor pleno por culpa de las prohibiciones históricas de la cultura, y los actuales prejuicios que guían la conducta sexual, inclusive los más “avanzados” que condenan el machismo, y que pudiéramos poner bajo la rúbrica del feminismo. No hay ñoñerías pasadas ni vigentes en Cimarrona, la hipocresía queda totalmente descartada. La liberación que anhela la voz de mujer que habla en estos poemas es aquella que le permita poseer sin restricciones al hombre que desea, con todas sus fallas, pero también con todo su perturbador atractivo físico. La clave aquí es el deseo, que se expresa en Cimarrona con una franqueza que linda con una especie de pornografía poética. Aparte de sus otros logros, esa desfachatez en una voz poética de mujer es el aspecto más original del libro, que se me hace por eso único entre los que conozco escritos por mujeres. Roberto González Echevarría