Día tras día, me he ido dando cuenta de que la cotidiana lectura, sobre todo la relacionada con lo ficcional, ha sido parte importantísima de mi ser en el mundo, sobre todo en épocas en que por esta mal entendida globalización, se vive a un ritmo demasiado acelerado y, más que nada, con un estrés galopante. Sin duda, en lo personal, en esos momentos de silencio en donde el tener un libro en la mano se constituye en un «instante consagrado», el ruido de la ciudad y la estridencia de las bocinas solo pasan a ser un mal sonido de fondo que no impide, eso sí, seguir las aventuras y desventuras de los personajes habidos y por haber.