“Se despertó el sol en un Eilach desolado y vacío, sin una casa en el horizonte más que la de Badri y el chamizo de lata donde Zari se refugiaba por las noches. Echó a andar hasta llegar a la duna, y una
vez arriba, se detuvo a observar el pueblo. Parecía una mancha en un desierto sin vida, donde el viento cimbreaba las copas de las palmeras, y las nubes se formaban y se deshacían para formarse de nuevo.”
Al más puro estilo del realismo mágico, Los últimos días en Eilach introduce al lector en la entretela de una pequeña comunidad que permanece inmóvil surcando los recuerdos de un pasado que no fue mejor. El absurdo, llevado a su máxima expresión, se materializa en esta obra a través de hechos inverosímiles que vienen encadenados a órdenes tomadas desde arriba, y que conforman los ecos de un poder inmanente y absoluto que baraja en sus manos el futuro y el pasado de gente corriente. La violencia, verbal y física transpira entre sus páginas, una violencia justificada por la defensa al más débil ante la tiranía, y al mismo tiempo como elemento intrínseco elaborado teóricamente a propósito de la naturaleza humana. El tiempo, en todo esto, no es más que trozo de azar que mueve a sus protagonistas hacia algún lugar desconocido, cuando prenderle fuego al pasado se convierte en la única manera de seguir adelante.