El frac

El frac

  • Autor: Pardo Bazán, Emilia
  • Editor: Linkgua
  • Colección: Narrativa
  • eISBN Pdf: 9788490077788
  • Lugar de publicación:  Barcelona , España
  • Año de publicación: 2017
  • Páginas: 17

Fragmento de la obra:

Le conocí, y le conocíamos los pocos aficionados a cierta clase de estudios, en los cuales él era indiscutible maestro… Pero decir que le conocíamos no significa que estuviésemos enterados de ninguna intimidad suya; casi no sabíamos las señas de su domicilio. Era, para todos nosotros, un señor algo huraño, tímido entre gentes, vestido con el descuido propio de los sabios; y a lo mejor no le veíamos en tres años, a no tropezarle casualmente en alguna librería de viejo o en los pasillos de alguna Academia, un día de recepción… Ni frecuentaba cafés ni sitios públicos, y se le olvidaba sin sentir, entre la penumbra telarañosa que envuelve a las seminotoriedades, de las cuales nadie se acuerda, como no sea para exclamar enfática y distraídamente: «¡Ah! ¡Ya lo creo! ¡Don Pedro Hojeda de las Lanzas! ¡Una eminencia! ¡Creo que ha escrito últimamente unos trabajos!». «¿Sobre qué?». «Hombre, deje usted que haga memoria». Y rara vez la hacían.
Los incógnitos trabajos de don Pedro Hojeda versaban sobre las épocas en que nuestra gloria nacional irradiaba como el Sol, y también sobre otra en que se fue nublando… Austrias y Borbones… Detestador de las «grandes síntesis», que tanto visten en discursos y artículos de fondo, Hojeda se consagraba a esclarecer puntos controvertidos y a rebuscar menudencias épicas. ¿Cuándo había empezado su labor? Lo ignorábamos, porque era de esos sabios que parecen haber nacido sabios, no haber sido jóvenes nunca. Feo, con enjuta y avellanada fealdad española, no tenía edad: en lugar de envejecer iba acecinándose. Publicaba sus estudios en revistas, y alguna vez se arriesgaba a un folleto, generalmente aprovechando la composición. Nadie le leía, excepto algunos alemanes e ingleses, que le escribían respetuosas epístolas y le traducían en otras revistas tudescas y británicas, con menciones muy honrosas. La idea de tener un público no le había cruzado por la cabeza jamás; ni público, ni editores que le pagasen valor de una peseta por cuartilla. Sin embargo, se susurraba de una ambición de don Pedro: aspiraba a ser académico de la Historia.
Dos o tres veces se anunció su candidatura. Al fin fue elegido. No llegó a tomar posesión, a pesar de haber vivido bastantes años después de electo. Nadie se ocupó de preguntar el porqué. La misma discreta niebla que velaba sus escritos se extendía sobre los datos biográficos. Si no da la casualidad de que mi amigo Dávalos, por especiales circunstancias, se entera y me lo refiere, siempre hubiese ignorado la razón de que Hojeda de las Lanzas no llegase a disfrutar, habiéndolo obtenido, lo único con que había soñado la vida entera.
—El caso es —dijo Dávalos— que tenía escrito el discurso que es una catedral de sabiduría, como que esclarece varios problemas de los más debatidos respecto a nuestra administración en los Países Bajos, y demuestra que a los flamencos les preocupaba mucho menos la cuestión religiosa que la de los tributos… Si es cierto lo que he logrado saber por la viuda, Hojeda se murió del disgusto de no poder entrar en la Academia.

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