Durante el reinado de Felipe IV se produjo el cambio de identidad y de razón de ser de la Monarquía hispana, que coincidió con la transformación de sus estructuras político-administrativas. La organización de la heterogénea Monarquía que habían realizado los letrados 'castellanos' durante el siglo XVI, había llegado a su límite. Tanto el sistema polisinodial y las casas reales como la organización de la corte y de las cortes virreinales necesitaron una reconfiguración de acuerdo con la complejidad que había adquirido la Monarquía (tanto desde un punto de vista institucional como por el aumento de servidores), a estas circunstancias se unieron los problemas económicos, no solo ocasionados por las guerras, sino también por el incremento de mercedes al haber cada vez más servidores. La "Monarchia Universalis", modelo sobre el que se había configurado la entidad política conocida como Monarquía hispana, terminó por consolidarse como "Monarquía Católica" durante el reinado de Felipe IV y así se manifestó en los numerosos escritos que defendían la subordinación de la Monarquía al poder de la Iglesia. Este cambio de discurso político estuvo acompañado por una nueva cultura religiosa, que se plasmó en elementos perceptibles por la sociedad y en la vivencia de una espiritualidad peculiar. A partir de entonces, Roma asumió el papel de guía específico y único del mundo católico sin admitir interferencias particularistas de los reinos.