Esta novela nos duele sin recurrir a falsos patetismos ni sensacionalismos. El relato de la degeneración mental de la madre de la protagonista, Amalia, va aparejado con el del paisaje horroroso de las fosas comunes que ella va descubriendo a lo largo y ancho del país en ejercicio de su trabajo como antropóloga forense. Dos descomposiciones aparentemente remotas, pero en realidad cercanas. Su autora nos narra, sin estridencias, las reflexiones que un ser humano se hace ante la inminencia del olvido: el uno obligado por la naturaleza quizá injusta pero implacable de la muerte cerebral; el otro, un olvido progresivo y silencioso de los miles de muertos que habitan extraviados, víctimas de la guerra interna más reciente de nuestro país.
Camposanto está escrita con cuidado, respeto e indignación, y con la conciencia de estar tratando con la muerte. No hay aquí ningún desliz grandilocuente, solo la mirada a veces serena, a veces desesperada y desesperanzada, de quien se sabe impotente ante lo inefable, pero irritada frente a una indolencia general, casi programática. De nuevo la peste del olvido.
Guido Tamayo
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