Erase una vez un sapo que vivía en un charco feliz y muy despreocupado. Tenía su nenúfar particular, donde se postraba a coger baños de sol y a comer moscas que distraídas violaban su espacio aéreo. De cuando en cuando, compartía el nenúfar con una hembra. Croaba toda la tarde para ella y le regalaba los moscardones más suculentos que lograba cazar. La hembra quedaba encantada y se lo agradecía con un guiño de ojos y un croar lento y seductor. Era una rica vida aquella. Pero un día la paz terminó.