Desgarro: tripas y memorias atestadas de sombras, resiliencia engullendo utopías.
Penumbras diurnas —en su proceso de creación— tiene un recorrido superior a los treinta años, a pesar de ser mi primogénito. Los primeros en resistir la tentación de querer tirarlos al cesto de la basura: Ajenidad, Conde peatonal, Nuestra soledad es la misma y Dagna los escribí a principios de la década de los años ochenta. Otros poemas se quedaron en los discos duros de antiguos ordenadores de mi propiedad. Creo oportuno destacar que diversos talleres literarios en los que participé, tanto en Barcelona como en Santo Domingo, crearon el ambiente propicio para la germinación de gran parte de los textos del poemario. Más que expresión de emociones y sentimientos, Penumbras diurnas es un engranaje de momentos; vivencias diferenciadas de un tortuoso existir.