Recordé que, de niño, en medio del sueño, sentía un rumor de pasos y sabía que la abuela estaba allí, a mi lado, y no resistiría el impulso de besarme. Más de una noche noté su beso tierno y me hice el dormido, para que no la riñera mi padre.
A pesar del coraje y de la capacidad, a menudo, no es fácil conseguir nuestros objetivos. Unas veces, cualquier contratiempo puede debilitar la confianza: un simple malentendido va a dejar a Salomón Niebla perdido, acaso de por vida, en Marrakech; el elemental juego del querer quebrará el soñado futuro de Ismael Calamaro; una trivial salida de tono del joven Galileo acabará dejándolo indefenso ante el Tribunal de la Inquisición; una serie de incontrolables peripecias terminará cumpliendo el deseo de venganza de Lobo Durán.
Otras veces, es la fatalidad la que nos mete en un callejón sin salida. Y vemos como un abuelo desesperado hace retroceder la rueda del tiempo; el Empecinado, que deseaba que la ley fuera igual para todos, va a morir colgado de una horca; una abuela argentina, que busca a su nieta desaparecida, necesita confiar en la esencia de violeta.
Es el destino el que nos deja desamparados y nos llena de perplejidad, es el azar el que va jugando sus cartas y permite que la vida nos pase por encima.