Lepanto. Solo el nombre de esta batalla nos trae a la memoria el cruento choque de civilizaciones que en el pasado enfrentó al islam y la cristiandad. Un momento dramático en el que el destino de Occidente se jugó a una sola carta. “La más alta ocasión que vieron los tiempos”, según observara Miguel de Cervantes, malherido en el combate. Fue una victoria colosal. En toda Europa se tuvo la sensación de que el invencible Imperio Otomano había sido frenado en su imparable avance hacia el Oeste. Italia, directamente amenazada respiró tranquila. Felipe II pudo mostrar que la Monarquía de España se constituía como un poder militar hegemónico incontestable. El papa Pio V la exaltó como una victoria de Dios y así fue celebrada. Coincidiendo con la fecha de la batalla, 7 de octubre de 1571, su sucesor Gregorio XIII estableció la fiesta del Rosario vinculando el acontecimiento al triunfo de la Iglesia. Desde aquel lejano día de hace ya más de 300 años se fue tejiendo sobre aquel episodio un mito que lo fue desfigurando hasta hacerlo irreconocible, transformándolo en un relato fantástico, legendario. Voltaire observó entre divertido e irónico que tal exaltación era exagerada o absurda, anotando las primeras líneas del antimito. Concluyó que aquello no fue para tanto, más bien una ocasión desaprovechada. Después de la batalla, nada cambió, el Imperio Turco se anexionó Chipre y Túnez, alcanzó el Magreb amenazando de manera directa la Península Ibérica. El conflicto no concluyó, los europeos aún siguieron amenazados, en el año 1683 los turcos pusieron sitio a Viena apuntando al corazón de Europa.