El interés, incluso la actualidad, de un tema como el de las relaciones de la Iglesia con el poder político no es cuestionable fácilmente. Podría serlo si tuviéramos en cuenta los primeros siglos de la España Altomedieval; sin embargo, no debe olvidarse que fue en ellos cuando, por vez primera, se formuló y desarrolló un modelo doctrinal de relaciones que es comúnmente conocido como el de “las dos espadas” y que tendría vigencia durante siglos desde la operatividad o la reivindicación. Pues bien, lo que se pretende analizar es la incidencia de la formulación de ese modelo doctrinal en la Península, concretamente en el occidente peninsular, entre los siglos vii y xii. Ni el marco geográfico ni cronológico escogidos son aleatorios. El primero hace referencia a una realidad bien concreta: la formación política que, arrancando de la Asturias refractaria a la normalización de la Península bajo control islámico, acabará cristalizando a fines del siglo xi en la monarquía de los reinos de León y Castilla. También el marco cronológico obedece a un criterio perfectamente coherente. Fue la Iglesia visigoda, de la época isidoriana, la que tradujo la “doctrina de las dos espadas” en un sistema de gobierno que hacía del pacto entre reyes y pueblo gobernado, una seña de identidad que sólo a ella correspondía mantener viva mediante su supervisora autoridad moral. El sistema no era más que un marco teórico una y otra vez extralimitado por los reyes, pero también era un referente idealizado legitimador, teóricamente asumido por todos y, en cualquier caso, consolidado por la tradición.