Preston Sturges poseía un talento abrumador: era uno de los mejores guionistas-directores de Hollywood; las doce películas que dirigió son, en su mayoría, prodigios de imaginación y ritmo cómico. Y si su agitada existencia no hubiera sido un reflejo de las situaciones de caos absurdo a que sometió a tantos de sus personajes, podría haber producido otra docena de joyas cinematográficas. Al final, comprimió cinco años de gloria artísitica en una carrera tan excéntrica como espectacular.
Hasta el final de sus días, Sturges se definió a si mismo como escritor más que director; sin embargo, el interés de su producción como guionista en los años treinta hubiera quedado reducido a un terreno estrictamente esotérico si Preston Sturges no hubiera dado el salto decisivo del despacho del guionista a la silla del director con "The Great McGinty" (1940).