No es una ilusión. La humanidad pudo no ser guerrera. Si del seno de la naturaleza, esto es, del proceso evolutivo, hubiera surgido un solo pueblo, el de los Homo sapiens sapiens, pacíficos, civilizados, grandes creadores y racionalistas conscientes, sin jerarquías étnicas ni enemigos, lanzados irresistiblemente a construir la historia, con la Unidad íntegra entre mujeres y hombres, con toda seguridad el extraño comportamiento de la guerra no habría hecho su temible aparición, y hoy el Humanismo nos acogería a todos con sus inmensos brazos… Pero pudo ocurrir también –estaba dentro de las posibilidades reales– que ese pueblo hubiera sido el Bárbaro, y hoy seríamos una miserable raza humana. Ni lo uno, ni lo otro. Del seno del proceso evolutivo surgieron a la historia esos dos pueblos, con una Humanidad disociada, con una estructura dividida funcionalmente en dos pueblos potencialmente enemigos a muerte, los Bárbaros contra los Civilizados Sapiens Sapiens, congénitamente, desde la primera hora del proceso histórico, quedando armado así el mecanismo que, con cualquier pretexto, pondría en marcha ese fatal e imprevisto fenómeno de la guerra.