“Connie y Peggy se convirtieron en las auxiliares médicas de la tripulación enferma. Nadie se les acercaba por temor al contagio. Ellas, en cambio, enfrentando todo riesgo se dedicaban con amor a llevarles la dieta recomendada, a suministrarles las medicinas y hasta a asistirlos en sus más íntimas necesidades. Era realmente conmovedor ver a las dos pequeñas ir de aquí para allá, resolviendo los deseos y dificultades de los soldados y marinos enfermos que llenaban el amplio salón al que estaban confinados por orden médica. Cayendo la tarde, se retiraban exhaustas a su camarote a descansar de la dura jornada. –Tú preparas el café, mientras yo me baño –decía Connie, labor que se intercambiaban a diario hasta que resolvieron dejar la cafetera preparada, mientras ellas tomaban el delicioso baño de agua caliente entre risas y abrazos de mutua consolación”.