La historiografía oficial chilena, de mayor difusión escolar, elude, con precauciones casi religiosas, dar cuenta de las corrupciones y de todo tipo de aberraciones políticas practicadas por nuestros protagonistas políticos del pasado. En los demás países de Latinoamérica han sido abundantes los testimonios de perversiones políticas referidas como circunstancias determinantes: en relatos de narrativas, de dramaturgia y de ensayos. Las realidades del presente político, económico, social y cultural de aquellos países, dan verosimilitud a los entornos negativos presentados en sus cuentos, novelas, poemas y obras de teatro. En Chile, estas fuentes de conocimientos, que Balzac calificaba de la historia íntima de las naciones, son débiles y frecuentemente plagadas de contaminación panfletaria. Aportan muy poco a la comprensión de nuestra contumaz incapacidad de superar un estado de retraso en permanente mediocridad, a pesar de haber dispuesto de enormes recursos económicos varias veces en el curso de nuestra historia de nación independiente ( ). (Carlos Neely)