Tradicionalmente se ha considerado a la persona a partir de tres dimensiones: la biológica, la psicológica y la social. A fin de considerar a la persona plenamente, se debería incorporar también la dimensión espiritual, que es la que está relacionada con la búsqueda de sentido, con la posibilidad de dar un valor profundo a la vida, a las propias acciones y decisiones. La espiritualidad es previa a la religiosidad, y no se reduce a ella. Tener presente la dimensión espiritual del otro puede ayudar a los profesionales a poner los retos de los usuarios en contacto con el significado profundo de su vida. Es importante poder detectar cuáles son las fortalezas y los recursos propios de la persona de cara a un acompañamiento óptimo, así como para un buen proceso de resiliencia. Los educadores sociales, deberían poder tener un punto de vista global del individuo que tienen delante, incluyendo su espiritualidad.
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- Índice
- Capítulo I. La dimensión espiritual de la persona. Un cambio de mentalidad
- Capítulo II. La acción social y la espiritualidad. Reconociendo la importancia de la dimensión espiritual
- Capítulo III. Intervención socioeducativa y espiritualidad. Más allá de las creencias personales
- Capítulo IV. Las tradiciones religiosas y la acción social
- Bibliografía