Frente a quienes han visto en el sueño (como en la locura) una deformación de la razón, Nietzsche ha creído en la fidelidad de este espejo reconociendo que hay mucho de onírico en ella. Y esto, lo onírico de la razón, le ha proporcionado los materiales para una imagen nueva tanto de nuestra racionalidad como de nuestra irracionalidad.
En gran medida, esta imagen ha sido la que resultaba de acordar con su maestro Schopenhauer en “reconocer la animalidad en el hombre, más aún, afirmar en ella la esencia del hombre” e intentar verificar las consecuencias de tal reconocimiento “en el campo de los acontecimientos humanos”: en la cerrada inmanencia de procesos fisiológicos y psicológicos de inusitada complejidad, para precisar los cuales ha debido buscar unas categorías y un lenguaje del que la filosofía y la cultura del s. XIX, no disponían. El tema del sueño ofrece un camino para internarse en esta búsqueda que mantuvo en vilo al autor de Humano, demasiado humano.