En la España de la posguerra, un maestro republicano, ante el traqueteo propagandístico de los llamados veinticinco años de paz que se celebran con indecente obscenidad el 1 de abril de 1964, decide dar cuenta de su vida y de sus circunstancias, explicando su tiempo y explicándose también a sí mismo. Pretende salvaguardar su memoria y su discurso de la única forma que le es posible: anotando en unas holandesas su pasado, lleno de sueños y pesadillas, de esperanzas y miedos; también su presente amordazado del que derivan las digresiones más lúcidas y desgarradoras. Así, Parte de Posguerra se construye como un desahogo y como la crónica de un tiempo y de un país que creyó en sí mismo, que vio sus sueños cercanos a la realidad y que, llegado el momento, las luces se hicieron sombras y los ecos fueron silenciados. Cuando eso sucede, el narrador rescata su pasado y reflexiona su presente desde una amarga y áspera lucidez. Así, relata ese tiempo de sombras que fue la posguerra, con el estraperlo, con la represión, con el peso oneroso de los uniformes y las sotanas. Lo hace desde un emplazamiento singular. Desde un rincón de Asturias, donde Franco acude cada año a pescar, rodeado de toda una casposa comitiva. En ese rincón de Asturias ejerce su oficio de maestro que lleva más allá del aula con el clamor silenciado de las holandesas que escribe. En ellas, hay sitio para la vida rural de la Asturias de entonces. Para un paisanaje condenado a la miseria y a la emigración.