“Una cosa es creer en la posibilidad de las apariciones y otra muy distinta es encontrarte con alguien que afirma haber tenido una. Esperaba que la aparición y sus detalles centraran el discurso de Volpini. No fue así. Volpini nombró la aparición pero no se centró en ella sino en lo que había aprendido sobre la persona humana a través de esa experiencia. Y ahí fue cuando me fascinó, porque lo que Volpini afirmaba haber aprendido de su experiencia extraordinaria coincidía de forma profunda con el resultado de mi investigación sobre la noción de persona en la teología trinitaria clásica.
En contraposición al héroe moderno del contrato social que existe en sí mismo sin referencia a los demás y que se une a sus semejantes solamente por conveniencia, Volpini nos presenta una imagen del ser humano eminentemente relacional y no por ello menos libre ni menos autónoma. Volpini defiende el espacio propio de lo humano no como rival de Dios, sino como interlocutor que introduce un cambio en Dios, al permitirle experimentar un verdadero diálogo interpersonal entre iguales. La teología trinitaria ayuda a concebir el misterio de este diálogo interpersonal en continuidad con la alteridad intradivina constituida por la diversidad de personas: Dios puede crear y respetar la verdadera alteridad del mundo y de cada una de nosotras porque en Dios mismo existe una alteridad, se da el espacio de la no-identidad, la intimidad de Dios no es compacta e uniforme, sino dialogal y diversa.
Para Volpini resulta esencial no concebir esta alteridad como ‘subordinación’. Por eso, a la par que destaca la alteridad, insiste tanto en la comunión entre cielo y tierra: ‘Lo que el cristiano debería comprender es precisamente esto: ya no existe separación entre Cielo y Tierra, entre divino y humano; están vigentes la misma cualidad, la misma relación, el mismo ambiente’”.
Del Prólogo de Teresa Forcades