Pocos autores cubanos tan poco clasificables como Juan Arcocha; pocas
novelas cubanas tan insólitas como El tiburón vegetariano o ese amor
imaginado. En apariencia, salvo la cubanidad indiscutible del autor, se diría que
no posee referencia directa con Cuba, que no parece (o no quiere),
indagar sobre lo que ahora nos obsesiona: la situación y la historia de Cuba,
la injusticia y la condenación de su historia, pasada y reciente. Esta enigmática
novela, relata una intriga que tiene lugar en una Ginebra desdibujada,
una ciudad que no importa demasiado, y en la que se mueven raros y
civilizados personajes que vienen de Alemania, Argentina o Suiza, y donde un
antropólogo, Claude Dumoulin, propone un seminario de exploración e
integración de las vidas anteriores, y trabaja con el Tarot de Marsella y con la
psique. Ese efectivo ambiente de misterio y regresiones, de búsquedas,
miedos, pérdidas y encuentros, sirve a Arcocha para desarrollar su peculiar e
irónica visión del mundo. Un eficacísimo sentido del humor, casi un
sarcasmo, elegante eso sí, que nunca cae en la simpleza, y que revela la
imaginación, la inteligencia y la fervorosa moralidad de un escritor de la estirpe
de Virgilio Piñera. Porque Juan Arcocha es, en efecto, un moralista.
De gran estilo, se entiende. Un moralista a la manera de Piñera, que es quizá la
manera heredada de Baudelaire. Sus razonadas preocupaciones van más
allá del cualquier contingencia. Su prosa limpia y cuidada prefiere dejar a un
lado lo superfluo y centrarse, indagar en el destino hermético del hombre.
El tiburón vegetariano o ese amor imaginado es, más que una excelente
novela, una pieza extraña, una rareza que viene a enriquecer, desde París,
la amplia y diversa tradición literaria de la Isla.
(ABILIO ESTÉVEZ)
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- II
- III
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