“En la orilla de esa isla, los troncos de los abedules desprenden su viruta blanca, y las hojas tiemblan bajo el brillante sol del otoño croata. Un grajo ceniciento vino a distraerme de mis furores al posarse en el pico de un abedul muerto, con dos secas correcciones que sacudieron el fino tronco, y a mí también.”
Los personajes de La tierra del grajo recorren una parte desconocida de la España de mediados del siglo XX, así como partes de una Europa en decadencia, carcomida por la transubstanciación causada por el pensamiento progresista. Desde su alta posición, muestran materiales susceptibles de irradiar un antídoto contra la mecanización del alma, contra la desmitificación, contra la transformación de la persona en objeto del Estado.
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