Rogelio Blanco no comparte el pensamiento débil, ni la mirada frágil, de quienes renuncian al cambio de la sociedad de nuestro tiempo y se apuntan a la confusa, y según ellos inevitable convergencia, del capitalismo con el dulce social liberalismo, que pretende la siempre difícil simbiosis entre los valores individuales y colectivos. Son, precisamente estos delirios, y la orfandad de alternativas viables desde la izquierda, las que sitúan al filo de la navaja el debate sobre la vigencia de un socialismo liberador y democrático. Un socialismo, que por serlo, encuentra su radical humano en el concepto de persona, desligándose así de cuantas interpretaciones totalitarias le llevaron por caminos anegados de frustración histórica, y que provocaron el retraso de un proceso irrenunciable de redención y cambio.