Al sur de Capricornio gira en torno a la memoria, la luz, la soledad interior, “es el vivir sin vivir en mí”. Se inicia con las lágrimas de una diosa, Juno, a la que se invoca, al estilo clásico, pidiendo ayuda para la tarea, y concluye con la elegía al profesor amigo que guio los primeros pasos en el difícil arte de la poesía. De esta manera, se une la inspiración con el oficio, la musa y la técnica: que en eso consiste la creación poética, dice el poeta inglés Philip Sidney. Es un poemario de verso sencillo, coloquial, que recuerda a la poesía de Dickinson, de Lorca, de Neruda. Nada excepcional, porque todo lo que nos rodea es materia del poema. En especial el hogar, la familia, las gentes que se saludan en el caminar diario. La primera regla es la música, seguida del ritmo, la canción: “Dulces son los placeres que contiene el verso y doblemente dulce su hermandad con la canción” cita ella del poeta John Keats. Luego viene la ternura, el vuelo de las cigüeñas entretejiendo el ensueño con la exaltación mística de Teresa de Jesús. La voz que se escucha, que vacila, que ensalza el espíritu y la carne por igual es siempre una voz femenina en primera persona. La voz de la amiga, de la madre, de la hija, de la amante. De la soledad que se torna melancolía, tristeza, nostalgia, desolación, desesperanza: “fantasía azul”. La poesía de Pepita Jiménez tiene no sólo destreza, elegancia, palabras, metáforas, canto y ritmo, sino el aliento cálido y acogedor frente al espasmo frío y desapacible de una existencia sin respuestas.