Venimos al mundo para removerlo con las palabras; si te ha tocado vivir la cárcel, ese es el ámbito terrible cuyo secreto has de revelar con todo el amor y la ira que seas capaz de expresar; así lo entiende el Guardián, la voz protagonista de Sal en los zapatos. La cárcel como universo en crisis de violencia medida y perpetua, que nunca colapsa, casi perfecto en su maldad; la cárcel como metáfora o espejo en el que todos nos hemos de mirar, donde el Guardián, con la cirugía de sus palabras, hurga en una herida común, siempre fresca, pues nunca cicatriza y a todos interesa. Es en este ámbito de violencia y lirismo agónico donde transcurren estas quince historias de aniquilación y paradoja, conformando un cosmos poético donde brotan haces de luz y colores turbios, atmósfera hendida por meteoros que desazonan por su velocidad y cromatismo, donde conviven a regañadientes guardianes y penitenciados, sublimes y caídos: allí es donde forcejean, se escupen, abrazan y lloran juntos. Sal en los zapatos describe minuciosamente la química compleja sobre la que se erige la cárcel, la extraña fruición o goce últimos que subyacen en el fracaso más absoluto oculto a nuestra mirada detrás de sus altos muros.