Dos confesiones previas y acaso necesarias. La primera: la admiración que despierta, ya desde sus primeras páginas, la lectura de La llamada de España, el último libro del poeta, profesor y ensayista Niall Binns, puede adormecer la arista crítica, la tendencia a buscar objeciones secundarias de todo lector atento. Es mi caso. Segunda confesión: a casi todo el mundo, sepa o no su lugar en él, en algún instante de su vida le hubiera gustado escribir las palabras, todas las palabras de un libro ya escrito. Es igualmente mi caso y el libro deseado es éste, precisamente éste. Su autor, el escritor de este magnífico texto, ha enseñado literatura de lengua inglesa en la Universidad de Saint Louis (Madrid) y actualmente es profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad Complutense. Entre sus libros más recientes, cabe destacar Nicanor Parra (200), La poesía de Jorge Teillier: la tragedia de los lares (2001), Tratado sobre los buitres (2002) y Canciones bajo el muérdago (2003).
La llamada de España está estructurada en cuatro secciones: 1. Introducción (magnífica) . 2. Las democracias en crisis (Reino Unido, Francia, Estados Unidos). 3. Los países totalitarios (Alemania, Italia, Unión Soviética). 4. La América Hispana (Chile, Ecuador, México, Perú, Argentina, Cuba) 5. Conclusión (breve y sustantiva sin relleno). Una documentada y seleccionada bibliografía sobre escritores extranjeros en la guerra y sobre literatura y guerra civil cierra el volumen. En sus páginas, un erudito y sentido despliegue por la obra de autores conocidos y reconocidos como W. H. Auden, Langston Hughes, Orwell, S. Spender, André Malraux, Paul Éluard, Simone Weil, Upton Sinclair, Bertolt Brecht, Carpentier, Huidobro, Nicolás Guillén, pero también Roy Campbell (“Un peso pesado en el bando de Franco”), Rochellle, Brasillach o Priscilla Scott-Ellis (“La enfermera aristocrática de Franco”).
La posición moral-política desde la que se construye el espléndido cuadro de La llamada de España está apuntada en las primeras líneas de su introducción: después de recordar la deleznable dedicatoria con la que Cela abrió San Camilo 1936, Binns sostiene que pocos de los jóvenes brigadistas fueron simples aventureros; el impulso, la decisión de venir a España para los voluntarios de ideología marxista -muchos exiliados de sus propios paises, comunistas convencidos- no es equiparable ni puede ser equiparado “al de los soldados enviados por Mussolini y Hitler; reducir sus motivaciones a la sed de sangre y al desdén es aberrante. Porque Madrid fue el corazón del mundo: en palabras de W. H. Auden, Madrid is the heart” (p. 12). Y, consiguientemente, la tendencia a poner en el mismo saco moral la presencia de unos y otros no sólo es revisionismo histórico de la peor intención, reconstrucción sesgada e interesada de la memoria histórica, sino simple y llanamente inadmisible: “El fascismo de Brasillach, de Drieu la Rochelle y del repugnante Roy Campbell, la religiosidad institucional de Claudel e incluso el monarquismo tradicionalista de Bernanos se entienden en su contexto [...] pero suenan hoy cavernarios y sólo podrían suscribirse desde planteamientos de la derecha más extrema [...] Los autores, en cambio, que se opusieron a la sublevación, incluso los más torpes e insensibles de ellos, nos resultan hoy casi siempre más cercanos --ideológicamente más cercanos- porque luchaban y escribían en nombre del legado, o al menos parte del legado más duradero de la modernidad, lo que sigue en pie del discurso progresista: los reclamos de libertad, fraternidad e igualdad” (pp. 339-340).
Aún más, la apreciación de Binns sobre las críticas de, por lo demás, admirables combatientes anarquistas, poumistas y liberales a la actuación de los comunistas en nuestra guerra civil está llena de sensatez, matizadamente compartible: si situamos acciones, valoraciones e individuos, y contextualizar es siempre un deber inexcusable en cualquier aproximación, no habría que olvidar que en aquellos años, en nombre de la igualdad y la justicia, la URSS (¿por qué Binns escribe Rusia en ocasiones?) estaba construyendo una alternativa al fascismo y a las democracias realmente existentes. “Los comunistas, escritores y brigadistas, que vinieron a España todavía ignoraban -en el verano de 1936- la sanguinaria paranoia y el cinismo de Stalin, y los intentos de descalificarlos como “estalinistas”, basándose en acontecimientos posteriores (simultáneos, algunos de ellos, a la guerra civil) o en atrocidades que no se comprobarían del todo hasta 1956, se hacen a veces de mala fe y a menudo con gran simplismo” (p. 340).
Lo anterior no es obstáculo para señalar que el eje de La llamada de España es la presentación y análisis de la obra de una muestra representativa de escritores extranjeros que acudieron a la guerra civil española y escribieron sobre ella. También aquí el trazado es siempre admirable, lleno de información, de penetrante lectura, de ajustada contextualización, evitando, y consiguiendo siempre, descalificar una obra por su sesgo ideológico o valorarla en positivo tan sólo por simpatías políticas. Cualquier selección, pues, sería injusta por lo que dejaría al margen. pero este lector se ha sentido especialmente conmovido o -no excluyente- interesado por las aproximaciones a la obra de Hugh MacDiarmid (pp. 73-76), Laurie Lee (pp. 92-97), Hemingway (pp. 180-187), Langston Hughes (pp. 194-198), Koestler (pp. 228-235), Mikhail Koltsov (pp. 247-252), Neruda (pp. 261-269), Paz (pp. 289-295) o César Vallejo (pp. 305-311), sin olvidar la cuidada selección fotográfica de las páginas 129-144.
Además de lo dicho, hay dos principalísimas virtudes en este ensayo político-literario (o mejor, de crítica literaria situada en conetxto) de Niall Binns: la breve pero hermosísima selección de textos que acompañan su exposición y el lenguaje, el maravilloso castellano en el que está escrita La llamada de España: todo él es un regalo. Por ello, con Cernuda, y con admiración similar, cabe decir: Gracias, compañero gracias por el ejemplo.