Durante siglos la cartografía ha sido considerada una herramienta fundamental en la representación que individuos o grupos humanos hacen del mundo, y se ha entendido no solamente como abstracción de la realidad física, socioeconómica o cultural de una porción de la superficie terrestre, sino como documento privilegiado que permite comprender la manera en que fue leída y habitada espacialmente una sociedad en el pasado. Si bien constituye una antigua tradición integrada a la geografía y a las ciencias sociales, recientemente se ha convertido en uno de los instrumentos más utilizados para la enseñanza y comprensión de los procesos sociales e históricos, y su uso se hace, día a día, más accesible para estudiantes y profesores dados los múltiples materiales que pueden encontrarse en abundancia en el mundo digital. En lo que se refiere particularmente a los atlas históricos, su producción y consulta son procesos relativamente más especializados, que cuentan con una importante tradición en el mundo anglosajón, Francia y Canadá1. En Colombia este tipo de trabajos también ha sido ampliamente cultivado, desde un enfoque que ha privilegiado la recuperación de cartografía antigua y, de manera menos profusa, la elaboración de mapas en torno a temas o problemas históricos.