Los herejes, los disidentes del pensamiento común, obligan a poner en duda las ideas generalmente admitidas que sobreviven en muchos casos por inercia. Los disidentes mejoran el pensamiento del que disienten. Quizá por esa razón escribió san Pablo: «Conviene que haya herejes». En nuestro tiempo la idea de herejía se ha desvanecido. Pero la palabra sigue viva para referirse a los que se apartan de las reglas escritas o no escritas.
Los herejes tuvieron el valor de decir lo que pensaban y de morir por sus ideas. A muchos de ellos les hubiera resultado fácil retractarse en el último momento y librarse de la cárcel o la muerte, pero no lo hicieron, porque lo que pensaban lo pensaban con honradez, y no se traicionaron a sí mismos. En estas páginas se esbozan las vidas de veintidós de ellos. Aunque parezcan fantásticas e inverosímiles, son absolutamente reales. Pero de esa realidad que, como tantas veces, se aproxima a la ficción.
- Título
- Dedicatoria
- Créditos
- Contenido
- Prólogo
- Marción de Sínope y el Dios bueno
- Valentín el Gnóstico en su pléroma de eones
- Apolinar de Laodicea y el Minotauro
- Joviniano, monje casamentero
- Pelagio le escribe a la niña Demetria
- Vigilancio/Dormitancio
- Pedro Valdo, predicador itinerante
- Amalrico de Bène contado por sus enemigos
- Arnau de Vilanova en la cabecera del rey
- Fray Dulcino de Nevara se enamora de la bella Margherita
- El Maestro Eckhart, inspirador de Rilke
- Frater Didacus de Marchena, monachus hæreticus
- Isabel de la Cruz, la costurera toledana
- Menno Simons, un hombre de paz
- Miguel Servet sube a la colina de Champel
- Socino, apaleado
- Andreas Bodenstein se hace mozo de cuerda
- Jacob Böhme, manso de corazón
- Antonio de Rojas, por su atajo
- María Jesús de Ágreda, entre hereje y venerable
- Miguel de Molinos en la oficina de la nada
- Janet Horn se calentó las manos en su propia hoguera
- Ilustraciones
- La perspectiva actual