Tomás Ramírez, a través de Saint-Exupéry, constituye con este libro un poderoso estímulo para dar vía libre a los recuerdos que se olvidan temporalmente pero nunca desaparecen, sensaciones y emociones que la mente guarda para siempre. Este libro se convierte en el broche de oro de Tomás a su dedicación a la obra de Saint-Exupéry, con la recopilación y traducción de los artículos que el periodista y autor publicó en la prensa francesa, sobre la URSS y sus viajes a España en 1936 y 1937, terrible época en la que como escribe Saint Exupery, con una gran elegancia y una marcada economía de palabras: El silencio se ha callado. Una descarga, la vida se para un segundo para apuntar, y luego silencio. Todo continúa alrededor de los muertos.
- Título
- Copyright
- Índice
- Dedicatoria
- Prólogo
- Introducción
- ESPAÑA ENSANGRENTADA. BARCELONA, 1936
- La invisible frontera de la Guerra Civil
- Costumbres de los anarquistas y escenas de calle en Barcelona
- Una guerra civil, nunca es una guerra, sino una enfermedad
- En busca de la guerra
- Esperan a su primer enemigo
- Aquí se fusila como se tala... Y los hombres no se respetan ya los unos a los otros
- Un religioso francés
- Disfrazado de paisano
- Alguien ha muerto
- ESPAÑA ENSANGRENTADA. MADRID, 1937-1938
- Defensa de Madrid
- Las balas llenaban la noche
- La guerra en el frente de Carabanchel
- Un trapo en la saetera
- Al alba, se ataca
- El temor a los fantasmas
- Pánico
- La pantomima del hombre ebrio
- Hacen durar la vida
- ¡Eh, sargento!¿Por qué has ido?
- ¿La paz o la guerra?
- Hombre de guerra, ¿quién eres?
- En la noche, las voces enemigas se llamaban y se respondían de una trinchera a la otra
- MOSCÚ, 1938
- Reportero en la U.R.S.S.
- Todo Moscú a la Fiesta de la Revolución
- De noche, en un tren donde, en medio de mineros polacos repatriados el niño Mozart dormía...
- ¡Moscú! Pero, ¿dónde está la revolución?
- Crímenes y castigos en la justicia soviética
- El trágico fin del “Maxim-Gorki”
- Una extraña velada con Mademoiselle Xavier y diez viejitas algo ebrias que lloraban sus veinte años