Remedios se casa mañana y esta noche me ahorco yo.
Esas palabras fueron las únicas que Antonio Jurado dirigió a doña Consuelo, su madre, a lo largo de la tarde de aquel día primaveral.
Habló con el ánimo caído y con los ojos llenos de lágrimas. Su pesar era tan grande que renunció a luchar, contra su realidad, que no aceptaba, porque la única alternativa que encontró a su existencia era la de acabar con ella. Decidió hacerlo antes de que amaneciera y después de emborracharse.
El comportamiento del chico durante todo el día y en especial sus últimas palabras alarmaron a la viuda de Juan Jurado, que ya estaba inquieta por las noticias sobre los acontecimientos políticos de importancia que tenían lugar en la capital del país y que le desagradaban, porque sabía que sus efectos llegarían pronto hasta Riodulce. Ella no era monárquica porque su familia, que presumía de formar parte de la aristocracia de su ciudad natal, mantuvo con ella un comportamiento tan indigno que despreciaba a la parentela y a lo que representaba, pero tampoco era republicana porque su bagaje cultural y vital no respondía a tales principios y nunca pensó en cambiarlo. Para ella el régimen republicano que se implantó en el país significaba desorden y nada más que desorden, sin olvidar la repercusión que tendría sobre los trabajadores,los arrendatarios, los aparceros e incluso sobre los propietarios de la tierra y de otros recursos. Todo ello afectaría directamente y no para bien a sus intereses.
El hijo, que tuvo siempre un comportamiento respetuoso y la obedecía sin rechistar, se enfrentaba a ella, con frecuencia, en las últimas semanas, y lo hacía con mucha dureza. Conducta que era discordante con la manifestación que le hizo aquella tarde, en la que daba por hecho que su vida no tenía salida y se sometía a un destino final de autodestrucción.
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