Tan cerca, tan lejos.
-Hermoso, ¿verdad?
Marisa se sobresaltó. La voz masculina sonaba muy próxima; al momento, sus ojos se precipitaron hacia el desconocido.
Ricardo, manteniendo la vista fija en un punto del horizonte, prosiguió: -Cuentan que al atardecer la mar y el sol se besan y ante su pasión el cielo se sonroja. Realidad o alegoría, celebro que el espectáculo no te sea indiferente.
-Es imposibleabstraerse a tanta belleza -replicó ella tratando de sobreponerse.
-Ciertamente. Aunque insignificante en comparación a la tuya.
Sus miradas se engarzaron y un estímulo surgido de lo inexplicable electrizó su ser.
Pertenecían a mundos diferentes. Mas la pasión no atiende a razones. Y aquel amor naciente tenía por rumbo surcar los confines del océano, desafiando el embate de las olas y el azote de los vientos. Con todo, Marisa y Ricardo no estaban solos en su singladura: Isabel, Ana, Miguel, Gonzalo, Víctor, Raquel... seguían la estela. Un rastro de espuma violentada y agua removida; de ilusiones maltrechas y esperanzas rotas; de rabia, dolor y desespero; de horas muertas y sentimientos extraviados en la bruma.