La felicidad es frágil, como los sueños de un chico y una hoja seca al viento.
Kimero es el mayor. Tiene que cuidar a su hermano, darle de comer al perro, limpiar lo que ensucian, hacer los mandados, contarle historias al pequeño, trabajar, recibir palizas, rescatar las sobras de la comida de sus padres para alimentarse...
Para Kimero esto es normal, y es cierto que casi ya no hay niños, los pocos que quedan tienen que arreglárselas como puedan. Lo que más le gusta a Kimero es soñar, él es el único en el mundo que puede hacerlo; le gustan los sueños que son como volutas de humo, su elegante danza lo maravilla y estremece, pero lentamente desaparecen y se olvidan. Ama los sueños que son como pompas de jabón, perfectas y hermosas que estallan al despertar, dejando tan solo la sensación de los colores en su lisa superficie.
Pero el mundo onírico no le permitirá escapar, Kimero enfrenta un gris destino, debe sobrevivir a las crueles garras del mundo que le quieren arrebatar lo que más ama en la vida.