La realidad social pone de manifiesto la existencia de comunidades cuyos criterios internos de bondad colisionan frontalmente con los de la sociedad más amplia. Lo que para dichas comunidades son valores constitutivos y conducentes al bien común, para quien los contempla con la vara de medir de la libertad y la igualdad moral, de los derechos humanos en definitiva, no pueden sino ser evaluados como un «mal común». Puesto que no aceptan su coexistencia con otras visiones del mundo y del bien, este tipo de comunidades recurren a la violencia en su batalla contra los «otros», ahora concebidos no ya como objeto de apelaciones persuasivo-discursivas, sino como enemigos a los que doblegar y someter mediante la fuerza. No abrigan ningún pudor en recurrir al peor de los utilitarismos, que consiste en utilizar la vida de otros en aras de la consecución de sus fines propios.
Los trabajos incluidos en el presente volumen abordan el estudio de comunidades históricas o presentes que han recurrido a, o en todo caso legitimado, la eliminación física de un «otro». No es que les traten menos bien que a los miembros: es que los asesinan. Se trata de comunidades que han elaborado discursos, precondición para más adelante ser traducidos en prácticas, en los que sobrevuela el lamento por una supuesta Edad de Oro pretérita en la que reinaba una mayor homogeneidad. Lo privativo de las
comunidades de muerte es que siempre eligen la aniquilación de los «culpables» de la pluralidad sociológica, religiosa o ideológica.