No cabe duda de que Nicolas Jean de Dieu Soult fue uno de los personajes más destacados de la Francia del siglo XIX, desde sus comienzos como militar al servicio de la República, pasando por su brillantísima hoja de servicios durante el Primer Imperio, su muy peculiar postura en los Cien Días y su gran papel al servicio de la Restauración, hasta finalizar en los días del reinado de Luis Felipe de Orleans, cuando recibió el título de mariscal general.
Estas Memorias se refieren a la guerra de España, desde su llegada, acompañando al propio Napoleón, hasta su salida, en los preliminares del hundimiento definitivo del estado bonapartiano hispánico. Su actuación en nuestro suelo brilló con luz propia porque la fuerza de los acontecimientos lo convirtió de hecho en el segundo actor más importante después de José I y, por lo que se refiere a la mitad meridional de España, en la máxima autoridad francesa; en un auténtico virrey.
Aunque su actuación haya sido muy criticada dentro y fuera de la Península lo cierto es que sus Memorias, con sus ausencias y con las reservas propias de este tipo de documentos históricos, representan un material de primer orden a la hora de analizar el desarrollo de la guerra, demasiado dominado, en su aspecto bibliográfico, por la opinión de los vencedores.
Sorprende que el panorama historiográfico en lengua española haya permanecido ajeno, o casi, a los escritos de los protagonistas franceses del reino josefino, desde Napoleón hasta José I, pasando por un numeroso grupo de militares y civiles de la administración ocupante. Es hora, cuando se está celebrando el segundo centenario de la llamada Guerra de la Independencia, de ir corrigiendo la óptica con la que contemplamos aquellos hechos, aceptando, al margen de tópicos, que aquel desastre humano y económico, aquella barbarie, no dejó de tener aspectos positivos, cuando la examinamos a tanta distancia. Para contribuir a darle la debida dimensión las Memorias de Soult constituyen una aportación insoslayable.