«Edgar es inteligente, valiente, un poco arrogante, un observador apasionado delmundo que le rodea (...) y describe ese mundo con unlenguaje que es, al mismo tiempo, tan hipnótico y maravillosamente precioso que consigue articular las caóticas pasiones de la niñez.» The New York Times ¿Cómo empezar siquiera a explicar la fascinación que produce una ciudad como Nueva York? Sólo a través de los ojos de un niño, que se abren ante esa ciudad llena: llena de color, llena de vida, llena de sorpresa, llena de promesas. Durante Gran Depresión, todos los que habitan en el Nueva York de los años 30 tienen que reinventarse, salir del pozo sin fondo de la recesión económica. La familia de Edgar Altschuler no es una excepción pero, para él, todo es novedad y así nos traslada a su ciudad y su tiempo, con la inocencia del que descubre por primera vez. A través de sus recuerdos asistimos al escenario de los grandes acontecimientos que conforman su vida (la Exposición Universal, la Segunda Guerra Mundial) pero para él es el día a día lo que cuenta: una visita al carnicero kosher; el placer delicioso de comprar un boniato del carrito de un vendedor ambulante; un iglú que se construye en la calle con bloques de hielo; la visión impresionante y majestuosa del dirigible Hinderburg...