La figura de Óscar Stuardo ha adquirido ribetes míticos: por su personalidad, su reconocida labor docente, su bajo perfil pero, sobre todo, por la singular potencia de sus obras. Emparentados con la estética de Beckett y con un tono que, desde fines de los sesenta, utilizó para dotar al lenguaje dramático de una carga metafórica totalmente original, los textos de Stuardo son, al mismo tiempo, una puesta en escena de las debilidades humanas y una teoría del "hacer teatro".