En 1971, la televisión francesa entrevistó a Pablo Neruda con ocasión de su obtención del Premio Nobel de Literatura. En dicha entrevista, el poeta, citando a Sherlock Holmes, predijo, a su manera, la aparición de este libro. Sostuvo: «El origen de mi nombre de escritor es misterioso. Recuerdo que un escritor checoslovaco me siguió por tres continentes preguntándomelo. Yo le contestaba: “Te lo diré cuando nos volvamos a ver en Praga”. Regresó a Praga pero murió antes de descubrir el misterio. Y eso a pesar de ser un gran Sherlock Holmes de la literatura periodística. Tenía un gran don adivinatorio, pero fracasó conmigo. Yo creo que estamos muy cerca de aclarar ese misterio, pero no está completamente resuelto».
Al investigador literario Enrique Robertson nunca le convenció la idea de que el poeta había tomado su nombre del escritor Jan Neruda. Admirador de las historias de Conan Doyle, Robertson asume la tarea de resolver dicho misterio, y lo lleva a cabo de modo brillante: una investigación al estilo sherlockiano que no deja pista sin rastrear ni intuición sin atender, mientras recorre las vidas de un conjunto de personajes, reales o imaginarios, que ante la frenética indagatoria van allegándose, desde otros libros e historias, a este libro sorprendente en que las claves del enigma inaugural nerudiano son, por fin, reveladas.