"LAS LUCES del amanecer penetran lentamente en los estrechos pasillos. Un frío intenso empieza a ceder ante los nacientes rayos solares que ingresan lentamente en lo profundo de la mañana. Se escucha el silencio. Un guardia de vestido azul camina pausado buscando el origen de una voz cuyos ecos retumban chocando con el entorno. Es un hombre que incesantemente clama por un perdón que nunca le concedió a su víctima en los senderos limítrofes de la vida y de la muerte. No lleva mucho tiempo allí. Siempre permanece solo y en escasos minutos puede tener contacto con la luz ante la mirada escrutadora de la guardia del penal. Nadie lo ha visitado en los últimos siete días. Su voz escueta parece arrancarle espacios a su propia soledad; es como si se doblara en varias personas que a la par se acompañan imaginariamente pero siguen siendo una sola como el Dr. Jekill y Mr. Hyde. Rogelio Martínez lleva veintitrés años laborando con la guardia de prisiones y en su recorrido por los caminos de la praxis ha conocido infinidad de personas con proyecciones criminales; ha seguido de cerca sus relatos y pretensiones de inocencia, sus desconfianzas en el sistema de justicia y el constante reclamo a los juristas por su incapacidad de liberarlos. Historias con metamorfosis propia circundan por los atiborrados patios, otros prefieren rondar el paso de los tiempos mediante predicaciones constantes donde la fe se convierte en una creencia férrea de borrar todo lo en torno a sus casos y por ende un pasado que consideran inexistente. Sin exagerar, el guardia medita y, en su recorrido de control solitario como pabellonero del penal, no recuerda haber tenido un caso tan sonado y de haber tenido bajo su custodia a un interno con tanto poder."