En el primer tomo de esta obra hemos visto el modo cómo se consolidó en Chile el régimen de haciendas. Durante cuatro siglos, tras la destrucción del mundo indígena de la zona central, se fue estructurando la propiedad, el sistema de trabajo y sobre todo la cultura y el régimen de subordinación y poder. La estabilidad del latifundismo del siglo XIX tiene como correlato la estabilidad del Estado. El Estado chileno será durante este largo período el Estado del Valle Central de Chile.
En este tomo II analizamos el modo cómo los campesinos rompen las relaciones de subordinación, que aparecían como relaciones de lealtad con sus patrones. Una larga historia de humillaciones y ofensas explota. Un ex inquilino, antiguo cajero de la hacienda El Huique, lo graficaba con claridad: «fue como despertar, vivíamos en un largo sueño».
Se produjo en Chile central una «revuelta campesina». Por cierto, era el Estado quien imprimía el ritmo de reforma, pero esta se produjo en medio de un inimaginable proceso de movilizaciones. Fueron, sin duda, los cinco años de mayor gravitación y profundidad en la historia moderna del país.
El golpe de Estado del 1973 es incomprensible sin la Reforma Agraria y la revuelta campesina que la acompañó y que la hizo posible. Nada fue igual en el campo. El sistema de haciendas se hizo pedazos, la propiedad se pulverizó, los inquilinos dejaron de serlo, miles de miles de campesinos salieron de los fundos y haciendas donde habían vivido por generaciones y generaciones.
A cuatro décadas de concluidos estos violentos procesos, aún no somos capaces de dimensionar las consecuencias profundas que la transformación rural de la propiedad y las relaciones de poder ha tenido y tiene en la sociedad chilena actual.