Museo de la clase obrera se adentra en los escombros del siglo XX; deshechos, al fin, de todas aquellas conductas ajenas al dolor del represaliado.
Frente a la cultura del olvido, Mestre ofrece una dialéctica del recuerdo para rescatar, de entre los cascotes, el rostro anónimo de la víctima y la dignidad del humilde («a los últimos de la fila tranquilos les dice nunca seréis los primeros»). En este viaje, Mestre prosigue su tenaz compromiso renovador y acrecienta su reto a la tradición poética y al prestigio lírico («se acabaron para ti las palabras bonitas»). El desafío a los pedestales de la gramática no tiene intención de simple voladura sino que fundamenta la indagación poética que, a partir de los fragmentos y las pavesas, tiende nuevos puentes volátiles hacia la revelación. Bajo la presencia tutelar de Rimbaud, se evoca críticamente a las vanguardias (nunca su nostalgia y menos su reverencia), lo que aquí poco tiene que ver con el irracionalismo, antes bien con un pleito a la razón descriptiva, con una incursión en los límites del lenguaje que son, bien es sabido, los límites del conocimiento. Lógica subvertida, mas no ausencia de lógica. Retazos de realidad redibujados en la geometría movediza de la imaginación («toda geometría es un percance del ojo como el granizo los dientes del cielo»). Prueba de ello es el rechazo de la jerarquía y la estructura tradicionales del poema, lo que deviene en un texto sin centro, sin figuras ni fondos definidos. Los paralelismos llevan así a la pintura y a la música contemporáneas.