El desaparecido

El desaparecido

  • Author: Pardo Bazán, Emilia
  • Publisher: Linkgua
  • Serie: Narrativa
  • eISBN Pdf: 9788490078563
  • Place of publication:  Barcelona , Spain
  • Year of publication: 2017
  • Pages: 17

En aquella calle popular, transitada, llena de tiendas y próxima al mercado, la greguería de la Nochebuena era formidable hasta el amanecer. La familia Sampedro, que iba a sentarse a cenar, cerró las maderas, por no oír el rasgueo de las guitarras, los canticios de los beodos, el estridor de las trompas, el repique de las panderetas. Cuando la gente está contristada, el alborozo ajeno parece que aumenta el pesar.

La familia Sampedro no vestía luto; era algo peor: el peso de un misterio, de una trágica incertidumbre. El hijo menor, Solano, llevaba más de año y medio sin aparecer, aunque se le buscaba incesantemente. Ciertos amoríos con una «pícara» chalequera de profesión —¡o vaya usted a saber!—, determinaron severidades del padre, honrado industrial, dueño de un importante establecimiento de ferretería; vino la tirantez, el rompimiento y, por último, la desaparición del muchacho.
Abrumada por mortal pesadumbre, suponía la madre que su hijo, al dar el «cabezazo», se había ido a la guerra, tragadora de gente; a las trincheras, en que el hombre se esfuma. Todos los incidentes y pormenores de tal hipótesis los repasaba constantemente en su imaginación doña Mercedes Sampedro. Veía a su hijo tendido, desangrándose; le veía en el hospital, agonizando, amputado, asistido por una mujer de blancas ropas y roja cruz; le veía en la fosa, descompuesto, olvidado bajo la tierra helada. La menos terrible de sus visiones era el hijo hambriento, calado, enfangado, ardiendo en calentura, temblando de fiebre, sordo del estrépito del cañón, loco, aullando…
El resto de la familia —dos hijas, otro hijo muy laborioso y formal—, según iba pasando tiempo, por natural reacción, iba tranquilizándose, y hasta hubiese deseado distraerse un poco, que la vida normal siguiese su curso. Todos lo hubiesen deseado secretamente, sin confesárselo a sí propios; pero, custodiando el fuego sagrado del recuerdo y del dolor, manteniendo viva la memoria del desaparecido, estaba la madre, para quien era siempre «ayer». Y ante su cara pálida y marchita, ante sus ojos de rojizo borde hinchado, ante su paso espectral al través de las habitaciones, como una sombra de desdicha, nadie se atrevía a sonreír, ni casi a levantar la voz. Los conatos de alegría, natural en la juventud, se estrellaban contra aquella amargura silenciosa y obstinada, aquel temblor de labios que delataba la interior congoja.

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