En las décadas de 1920 y 1930, dos corrientes de pensamiento defendían la causa de la ciencia como modelo de racionalidad: por un lado, el positivismo lógico, alumbrado por los centroeuropeos Carnal, Neurath, Gödel o Bohr, por otro, el pragmatismo del norteamericano Dewey, inspirado en las ideas de Peirce y James. Unos y otros declaraban su fe en el método empírico como la única herramienta capaz de producir conocimiento. Para los positivistas, esto exigía una cuidadosa demarcación entre cuestiones de hecho, susceptibles de tratamiento científico, y juicios de valor, meras manifestaciones emotivas sin contenido objetivo. La Teoría de la valoración de Dewey, publicada en 1939 en la Enciclopedia Internacional de la Ciencia Unificada, desafía esta tesis y aboga por una extensión de los hábitos empíricos de razonamiento a la determinación de los fines individuales y colectivos, superando así el abismo entre ciencias humanas y no humanas. La presente edición se completa con dos anexos que ilustran el debate entre la concepción ética de Dewey y la teoría de Stevenson, principal representante del emotivismo.