¿Cómo pensamos la paradoja que se nos impone en la cura analítica ante un tiempo pasado que no pasa? ¿Puede el psicoanalista pensar la obstinada renuncia a hacer un duelo, cuando éste tiene tal vigencia que hasta detiene el tiempo psíquico? Realizar esta travesía implica conocer los obstáculos traumáticos, que detentan un poder que quiere ser absoluto. Este viaje es una reflexión sobre cómo desenmascarar lo impensable, que se erige en puntos ciegos en el sujeto psíquico y en la cultura. Ellos silencian el dolor de la pérdida de la autosuficiencia, para separar violentamente la interdependencia en el individuo entre lo singular y lo universal, que es justo lo que le hace humano mediante la ley simbólica. Esto nos lleva a plantearnos cómo la transgresión de los límites entre el sujeto y la sociedad, al no reconocer una ley universal, los degrada de su función preservadora y los utiliza al servicio de un control perverso. El uso de un ideal de pureza tanto por parte de la sociedad, como por la del individuo para tomar posesión del otro, determina una dinámica de víctima-verdugo, que se perpetúa en un círculo cerrado, melancólico y vengativo.
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