Si para algunos es apenas un depósito de sombras -el desván donde van a parar los desechos de lo vivido-, para Alfredo Bryce Echenique la memoria es un riquísimo manantial en el que habitan hechos y personajes que la magia de su pluma trae de regreso a la vida.
Permiso para sentir, segunda parte de sus Antimemorias -la primera se titula Permiso para vivir-, es, como la primera, una conmovedora evocación de episodios escogidos de la trayectoria vital y artística de nuestro gran escritor. Estos recuerdos, recientes o lejanos, hermosos o ingratos, plenos siempre de esa mezcla de sabiduría e ironía bryceanas, no se detienen en la anécdota, sino que ahondan en el lado humano de sus protagonistas y se proyectan, además, como un haz de luz sobre nuestra época. Esto último es particularmente notable en aquellas páginas sobre el Perú contemporáneo, en las que emprende un tierno y a la vez incisivo, e incluso, por momentos, feroz, pero siempre lúcido y honesto, ajuste de cuentas con su propio país.
Si hay algún escritor que desde sus obras, como desde una ventana, se ponga a conversar con el lector, ése es, sin duda alguna, Alfredo Bryce Echenique. Su humor, su bondad esencial, su peculiar pesimismo -que bien puede ser una forma de optimismo- crean una atmósfera íntima que su magnífica prosa no hace sino acentuar.
Conjunción de literatura y vida, Permiso para sentir es un libro que tiene como destino inmediato el corazón de sus lectores, de los muchísimos lectores que tiene este extraordinario escritor.