Rafael Morales (Talavera de la Reina, 1919) inició con éxito fulgurante la famosa colección Adonais con su primer libro, Poemas del toro (1943), escrito a los veintiún años y publicao cuando el pota tenía veintitrés. Vicente Aleixandre ha dicho del mismo que fue "un libro sorpresa [...], nuevo en el hondo sentido" y José María de Cossío que para él su descubrimiento "tuvo todo el valor del estreno de una poesía". Por su parte, un poeta de la misma generación de Morales, José Hierro, ha señalado que en la posguerra "las primeras manifestaciones de una estética nueva coinciden con la publicación del primer libro de Adonais" que, efectivamente, trajo a la poesía española de los años cuarenta un tono cálido, original y sugestivo que ya nada tenía que ver con el neorrenacentismo imperante. Siguió a esta primera obra de Morales El corazón y la tierra (1946), libro donde se halla su famoso soneto "A un esqueleto de muchacha" y del que dijo Gerardo Diego que aunque no fuera más que por llevar tal soneto y "otras poesías hermosísimas [...] ya contaría en la historia de la poesía española". Con el mencionado soneto, Morales continúa la línea iniciada en el libro anterior con poemas como "El buey" y "A un toro viejo", donde lo humilde, lo derrotado y lo feo alcanzan un sugestivo valor poético. Esta corriente se halla aún más intensificada en el libro siguiente, Los desterrados (1947), donde en la nota inicial leemos que la poesía la pueden motivar incluso "los lodazales", ya que como muchas veces ha dicho el poeta, ella no está nunca en las cosas, sino en la palabra entendida como arte. Con Canción sobre el asfalto (1954), que obtuvo el Premio Nacional de Literatura, la intensificación del citado proceso culumina en poemas al cemento, a una chaqueta, a los zapatos, al cubo de la basura, etc. Este libro pone fin así a la primera etapa de la poesía moraliana. La segunda etapa de la poesía de Morales la integran los libros La máscara y los dientes (1962) y La rueda y el viento (1971), que son dos extensos poemas polimétricos sobre la condición humana. El poeta los ha denominado lirodramas porque en ellos existe una acción tratada líricamente, ajena a lo novelesco y a lo dramático. La tercera etapa de la obra del poeta, representada por Prado de serpientes (1982) y Entre tantos adioses (1993) acentúa el tono elegíaco, la melancolía y el dolor por el paso del tiempo. Fernando Lázaro Carreter ha escrito del último de dichos libros que se trata de "una nueva y hermosa y triste y elegante y sencilla modulación de la melodía que, desde Manrique, resuena por las más altas cimas de nuestra lírica". Por último, una breve serie de poemas inéditos inspirados en la palabra considerada en la vida y en la poesía completa el magistral panorama de la obra poética de Morales. De ella ha dicho recientemente el profesor Díez de Revenga que "en su conjunto, la podemos considerar una de las líricas más originales, y también más personales, de toda la poesía española actual".