Como en los recientes descubrimientos astrónomicos de las "enanas marrones", esas estrellas opacas que constituirían gran parte del universo, Prender de gajo -en el lenguaje más corriente en España "prender de esqueje"-, es un poemario fundado en el desarraigo; es decir, en la fuerza poderosa de la lengua ausente, la que perturba la adquisión de lo más difícil para un expatriado: la residencia interna. La diáspora, los éxodos producen cataclismos, heridas que nunca cierran, de ahí que lo más enfermo y frágil en un emigrado sean las raíces. Después del diluvio, el exilio, a partir de Babel, es una plaga, un castigo, como la traducción. Los verdaderos viajeros son aquellos que viajan por viajar, dicen algunos, no por huir, pero el que esté exento de huidas que arroe la primera ancla. El deje, el acento y la gestualidad traicionan más que la indumentaria y la educación, la extranjería. La del expatriado tiene algo de la lengua del límite, la de los niños, la de los locos, también la de los poetas. En Prender de gajo la búsqueda del resplandor viene de ahí. Elaborado a la manera de un patchwork, y cruce de crónica, balada y cantiga, Prender de gajo atesora frases, retazos, palpitaciones... a lo largo y ancho de días, vías y lecturas; en suma: "esta vida desordenada, esta poesía que es la mía", en palabras de la autora, quien procura "como una alquimia precisa que va más allá del misterio evocar el tiempo de florecimiento del primer asombro".